31 de julio de 2008

Almuerzo con mi ex

Hoy almorcé con Ximena, mi ex. Fuimos por un cebiche aprovechando el solcito que asomó en Jesús María al mediodía. Como trabaja a unas pocas cuadras de mi oficina, intentamos almorzar juntos por lo menos una vez por semana. Esta vez la comida estuvo casi tan buena como nuestra conversación. Pero la verdad es que, a pesar de las bromas, las confidencias y todo el buen humor que siempre destilamos, aún me resulta profundamente extraño descubrirla sentada al otro lado de la mesa.

Ximena terminó conmigo hace unos dos años, luego de cinco largos años de estar juntos. No fue una ruptura cualquiera, resultó más bien dramática: me dejó por su jefe en aquel momento (digo esto porque ella cambió de empleo pero sigue saliendo con él), algo que sorprendió tanto a sus amigos y su familia como a mí. En aquel entonces pensábamos en alquilar un departamento y buscar alguna beca que nos permitiera fugarnos a Europa un par de años. Al final, fui yo el que se mudó: a un cuartucho, sin novia y sin beca.

Luego de aquel episodio dejamos de vernos casi un año y medio. Preferí alejarme de ella y su mundo en un raro arrebato de supervivencia, algo que no me suele suceder muy a menudo. En todo ese tiempo salí con varias chicas y rompí y me rompieron el corazón varias veces más.

Hace unos meses volví a verla en casa de un amigo en común. La saludé con un gran abrazo y ella correspondió el cariño invitándome a almorzar. Aún no sé si estaba listo para ello pero me es completamente imposible decirle que no a alguien a quien he querido tanto, tanto.

Y, ahora, embriagado de nostalgia y vino nacional, temo que el sol vuelva a brillar mañana.