Aquella noche, la segunda en Máncora, me dormí pensando en lo mucho que extrañaba dormir con una mujer a mi lado.
Un dios pillo debe haber oído mi lamento pues poco antes del amanecer sentí cómo alguien empujaba la puerta de mi habitación y avanzaba en la oscuridad. Tenía el andar ligero y la respiración agitada. Tras dar algunas vueltas, se detuvo a mi lado. Cuando finalmente me animé a abrir los ojos, un dogo grande y negro como un caballo saltó sobre mí.
Al borde de un paro cardiaco, me tiré de la cama y corrí a despertar a Lucho.
-¡Hay un perro en mi cama! –grité desconcertado mientras el animal se estiraba feliz sobre las sábanas.
Lucho, somnoliento pero no menos genial que de costumbre, sentenció: "Lástima que no haya sido una perra".
Aquella noche, la segunda en Máncora, terminé durmiendo en la terraza del hotel.
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