22 de marzo de 2010

A la carta

Hace unos días, mientras me decidía qué ordenar en un restaurante, descubrí a un hombre almorzando un plato de olluquito, una de mis comidas favoritas cuando niño. De más está decirles que se me antojó sobremanera.

-No encuentro ese plato en la carta –llamé al mozo-. ¿Cuánto cuesta?

El mozo se sonrió y, tras unos segundos, respondió: “Diez soles. Doce si lo quiere montado”.

-Que sea montado, entonces –ordené.

El mozo volvió a sonreírse y partió raudo a la cocina. En menos de cinco minutos ya estaba de regreso con el pedido. Comer ese plato de olluquito fue como viajar en el tiempo a un lugar feliz.

-¿Todo bien? ¿Le gustó? –me preguntó finalmente el sonriente mozo mientras pagaba.
-Sí, estuvo estupendo pero dígame, ¿qué es lo que le causa tanta gracia?

El mozo se sonrió una vez más y, mostrándome sus dientes blanquísimos, respondió: "Es que acaba de almorzar la comida del personal".

17 de marzo de 2010

Everybody Loves C.N.

C.N.: Aló...
ANÓNIMO: (Silencio)
C.N.: Aló...
ANÓNIMO: ¿C.N.?
C.N.: Sí, soy yo.
ANÓNIMO: Te vamos a dar el día menos pensado.

Lo peor no es que te amenacen, sino tener una lista tan grande de sospechosos.

7 de marzo de 2010

Viajeras y veraneantes

En Montañita, la diferencia entre viajeras y veraneantes se hace evidente.

Las viajeras cargan grandes mochilas; las veraneantes, bolsos de playa. Las primeras almuerzan chuzo y encebollado; las segundas, hamburguesas y papas fritas. De un lado, se toma cerveza nacional; del otro, caipiriñas.

Las viajeras llegan a Montañita en busca de personas, historias, culturas. Las veraneantes, de playa, drogas y alcohol. Por eso, las primeras se mezclan con los pobladores locales y las segundas forman pequeños círculos para evitarlos.

En resumen: para algunas viajeras yo podría ser un tipo interesante. Pero para la mayoría de veraneantes, un chato, feo y aburrido.