-Aló -contesté-. ¿Eres tú, Andreíta?
Era ella. Hablaba atropelladamente y sólo se detenía cuando el llanto la obligaba a toser. Por momentos tenía que adivinar sus palabras.
Fue una conversación corta, Andreíta no quería entrar en detalles. Se limitó a contarme lo que había pasado y lo que pensaba hacer. Presumo que lo que buscaba era mi aprobación. “Te quiero mucho”, fue lo último que me dijo. “Yo también”, respondí antes de colgar.
Caminé a la sala y me senté frente al balcón; la ciudad luce distante y ajena desde ahí. Permanecí así una media hora, arrullado por el motor de los autos. Luego fui a la cocina en busca de un cigarrillo. Lo fumé rodando por todo el departamento, buscando encontrar alguna respuesta ya sea entre las medias, detrás de las puertas o debajo de las camas.
Al terminar el cigarrillo, volví a la cocina. Tomé el último tranquilizante que había en casa con un vaso de agua que serví directamente del grifo. Después me tumbé en mi cama con la vista fija en aquella lámpara de papel con la que tantas veces Andreíta y yo nos habíamos golpeado.
Habría que inventar el modo de retroceder la vida con un control remoto: mi Andreíta está lejos, está sola y está embarazada. Es difícil de entender, pero sé que me sentiría más tranquilo si yo fuera el padre del niño que está esperando.
TE FUISTE 2024
Hace 1 mes.