20 de septiembre de 2010

Camaradería

1. f. Amistad o relación cordial que mantienen entre sí el chico nube y la chica de los ojos de crayón.

Victoria y yo nos estamos haciendo amigos. Hoy, una vez más, almorzamos juntos y, seguramente, también nos iremos juntos hacia Barranco. La verdad es que la paso muy bien a su lado. He descubierto en Victoria un sentido del humor muy particular, casi involuntario; escucharse a sí misma decir una de sus bromas parece provocar en ella una sonrisa inesperada. Y, cuando lo hace, asoman en sus mejillas dos pequeños hoyitos y brillan –verdes, grandes, traviesos- esos sus ojos de crayón.

Es extraño: Victoria casi no habla del novio. Apenas si dice lo indispensable para seguir con una historia. El viernes, por ejemplo, debí insistir bastante para que me cuente que lleva más de tres años con él y que planean mudarse juntos en poco tiempo. Cuando me lo dijo, estoy seguro que una sombra de decepción asomó por mi rostro pues inmediatamente ella cambió de tema y comenzó a preguntarme sobre la fiesta a la que yo iría el fin de semana.

¿Saben cómo se llama eso? Fácil: camaradería.

17 de septiembre de 2010

Arrojo

Las seis y diez de la tarde.

Hubo un timbre. Pasos en el corredor. Voces. Algunas risas. Es la hora de salida.

Pensativo en mi escritorio, no me decido en ir a buscar a la chica de los ojos de crayón. Durante el almuerzo ella había contado que vivía en Barranco, por el parque, a sólo unas cuadras de mi casa. ¿Por qué no me ofrecía a acompañarla? Aunque, ¿y si esperaba a alguien más? Cómo se le va la vida a uno en estas cosas.

-Victoria, ¿ya te vas a tu casa? –me animé finalmente.
-Me estoy yendo a Miraflores.
-Yo también –respondí con buenos reflejos-. Tengo que ir a la lavandería, si quieres compartimos un taxi.

Salimos juntos del edificio. Ya oscureció; se encienden las luces de neón de los hostales y las pollerías. Humo en las esquinas: emolientes, anticuchos, picarones. Oficinistas que avanzan de prisa sin detenerse.

Victoria me pide que la acompañe a una tienda hindú antes de tomar el taxi. Cómo decirle que no. Ya en la tienda pregunta por un alfiletero en forma de corazón que vio hace algunas semanas. Cuando se lo entregan me sonríe triunfante: era el último en stock.

Tomamos un taxi con dirección a la lavandería donde siempre dejo mi ropa, en Miraflores. Hablamos bastante durante el trayecto. Opté por contar algunas de mis historias más disparatadas con la intención de sonar divertido. Victoria no hacía más que reírse. Por su expresión, parecía sentirse a gusto conmigo.

-Me bajo contigo –me dijo al llegar-. Tengo que esperar a una amiga.

Debería decirle para tomar un café, pensé. Pero una llamada la alejó unos instantes. Cuando regresó me dijo: "Me voy, mi novio anda cerca y me va a acompañar mientras espero". Se despidió con un beso en la mejilla y avanzó hacia Larco.

Yo, sin nada que recoger en la lavandería, caminé en dirección contraria.

15 de septiembre de 2010

El regreso

La cosa empezó en realidad hace dos años.

Mi oficina presentaba un libro y había recaído en mí la innoble tarea de escoltar a los invitados hasta sus asientos. Luego de guiar a tres señoras gordas, un viceministro y un par de tipos prepotentes, me tocó conducir a una chica muy guapa cuyos ojos verdes parecían dibujados con crayón. Durante la presentación no hice más que mirarla. Y ella debió haberlo notado pues, al momento del brindis, desapareció.

Me llegó una segunda oportunidad durante un ciclo de cine que organicé en el Centro Cultural de España. Entre los invitados, nuevamente, estaba la chica de los ojos de crayón. Se sentó a mi lado durante la película. Una pena parecía roerle el alma. Lloró. Un amigo nos presentó al final de la proyección. Se llamaba Victoria.

-Te vi en la presentación de un libro hace algunos meses –le dije torpemente.
-¿Sí? –respondió sorprendida-. No te recuerdo.

Para rematar el momento incómodo, de la nada apareció mi novia de aquel entonces y me abrazó. Me despedí nerviosamente, casi huyendo. No volví a verla aquella noche.

Pero hubo una tercera oportunidad.

Fiesta en la Casa Túpac. Había ido solo y mi directiva era emborracharme lo suficiente como para olvidar ese pequeño detalle inicial. De pronto, entre las mismas caras de siempre, vislumbré a Victoria. Bailaba despreocupadamente en medio de un grupo de amigos. Vestía una blusa sin cuello de algodón, unos jeans sueltos y unas botas marrones. Me detuve a contemplarla un buen rato en medio de la pista de baile. Victoria, esta vez, destilaba pasión por la vida. Una vitalidad pegajosa. Y yo no era el único que la miraba fijamente: éramos por lo menos cuatro. Uno de ellos se le acercó y le dio un beso en los labios. Era su novio. Derrotado antes de la batalla, apuré mi cerveza y regresé a la barra.

No volví a ver a la chica de los ojos de crayón hasta hoy: acaba de ingresar a trabajar en mi oficina y su cubículo está a sólo unos metros del mío. Se reciben apuestas.